Esa baldosa calcárea roja, al lado de una ocre, conformando una guarda, un dibujo geométrico en el piso de la cocina. Encerada tantas veces nos reflejó caminando, a mamá cocinando, a papá preparando el mate de la mañana y a mí corriendo hacia la Longvie para que no se derramara la leche sobre la hornalla a las 7 antes de ir a la escuela.
Desgastada por nosotros viviendo a través de años y años. Sobre esa baldosa se volcó la salsa de los tallarines de los domingos, cayeron y se rompieron copas de cristal y también sueños. Ella reflejó abrazos felices y también tristes, peleas y reencuentros.
Reflejó la luz de una lamparita y luego la del tubo fluorescente, y aún sin poderlo escuchó "Madreselvas en Flor", "De buen humor" y otros de Glen Miller en el silbido de papá.
Sobre ella ensayaba algunos pasos de twist mientras paseaba a mi hermanito enfermo de sarampión en su cochecito y escuché a mamá haciéndome confesiones de esos secretos familiares de los que "no se habla".
Esa baldosa calcárea se blanqueó por la caída accidental de lavandina, se impregnó de manchas de aceite, pero también de tanta historia...
Hoy ya no está. Pero si estuviera, estaría almacenando en sus pigmentos las vidas de quienes seguimos transitando ese espacio, de los que estamos, de los que quedamos.
la letra
lunes, 5 de mayo de 2014
viernes, 26 de julio de 2013
El hombre que saltó el charco - Escrito el 26 de julio de 2013
Levantó la pierna derecha y se impulsó. Y se encontró flotando en el
aire, leve como una pluma.
Y entonces un maravilloso universo se abrió para él en la superficie del agua.
Apareció un sol como queriéndolo, acariciándolo. Una flor amarilla, un
gorrión que lo imitaba, cinco cartas con un póker de ases. Detrás, asomaba
tímida una foto de su infancia, con el viejo y la vieja que lo abrazaban, una
clave de sol y cinco chicos jugando a la rayuela, un volcán en erupción y un
libro de arena, los relojes derretidos de Dalí y tres mujeres tratando de
plancharlos...
Y entre medio de ese cúmulo de imágenes surgió una que lo sustrajo del
resto, con una mano lo tomó y lo sumergió. Ahora él estaba dentro de esa
dimensión, él era uno más, las flores lo alcanzaban con su aroma, los gorriones
se paraban en su hombro, las mujeres lo invitaban a participar en sus intentos
de reacomodar las horas y poner el contador en cero. El volcán lejano emanaba
un olor azufroso que invadía su nariz y llegaba a sus pulmones. Muchas personas
discurrían por allí, lo miraban, lo saludaban con una ligera inclinación de sus
cabezas y le palmeaban la espalda. Entre ellas Mario, su amigo, con quien
compartió tantas tardes de mate y charlas. Mario lo abrazó efusivamente y le
entibió el alma. Sonriendo, su hermana Luisa le mostró su panza de siete meses
y tomándole la mano lo hizo partícipe de los sismos dentro de ella. Entonces
dos figuras inconfundibles se acercaron, su padre y su madre, lo besaron, lo
acariciaron, lo miraron profundamente a los ojos y le entregaron el libro de
arena. Con las ráfagas de aire el libro se empezó a desvanecer quedando sólo la
última página donde pudo leer antes que los granos se desparramaran totalmente:
…”vale la pena. Fin”.
En ese instante su pie se apoyó en la otra orilla del charco, dio el
primer paso, sacó un cigarrillo, lo encendió, dio la primera pitada, exhaló
lentamente el humo, sonrió y siguió caminando hacia la plaza.
jueves, 25 de julio de 2013
A ellos - Escrito el 14 de julio de 2013
Se desgarró la carne, el alma,
para un nuevo sol,
un sol con distintos matices
que los que ya conocía.
Y el mundo, la vida,
tomó otra dimensión,
otro sentido,
el más conmovedor,
invasivo y tibio.
Todo cambió,
la flor, la ventana,
la mirada me mostró
el regocijo de no ser nunca,
nunca más la misma.
No puedo más que agradecer.
A mis hijos.
para un nuevo sol,
un sol con distintos matices
que los que ya conocía.
Y el mundo, la vida,
tomó otra dimensión,
otro sentido,
el más conmovedor,
invasivo y tibio.
Todo cambió,
la flor, la ventana,
la mirada me mostró
el regocijo de no ser nunca,
nunca más la misma.
No puedo más que agradecer.
A mis hijos.
domingo, 28 de octubre de 2012
A Nini
Cuánto dolor, cuánta ausencia.
El cordón se va
deshilachando, se va cortando…y duele, duele tanto.
Siempre ese lugar fue
sagrado, mágico y hoy las hadas se fueron, se mudaron. No están.
La sangre se va licuando y a mí me crece un agujero en el
alma.
59 años y muchos de ellos amando un paisaje a la distancia y añorando, deseando mantener unido el puzzle y sentirme una pieza. Quizá viví una ilusión.
Mis oídos, mis ojos, buscan señales que me pinten de nuevo esa postal.
Hoy soy toda angustia.
Tengo la misma sensación de soledad
que tenía en la infancia, pero ahora vos no estás y te necesito.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Sal
La sal tiene gusto a mar,
a espuma,
a barcaza de pescador,
a inmigración,
a garganta reseca,
a sudor de amor,
a noches afiebradas,
a soles de verano,
a batallas íntimas,
a soledades insoportables,
a angustias,
a vida,
y a lágrima…
jueves, 26 de julio de 2012
Hilo
Un hilo puede ser delgado o no,
puede ser unión,
puede ser un cordón umbilical,
puede ser el hilo de Ariadna para salir de nuestro laberinto.
Si es así hay que cuidarlo
acariciarlo…
Es solo un hilo,
del que dependen quizá cosas importantes.
Ni imaginamos a dónde nos lleva
pero sentimos la necesidad de aferrarnos a él
y develar el misterio.
Puede ser el que nos salve o el que nos ahorque…
Estará en algún lugar agazapada Átropos con su tijera?
Es solo un hilo,
un hilo enigmático
Hay que cuidarlo… por las dudas…
viernes, 20 de julio de 2012
Identidad y memoria
La memoria es una función psíquica, una función del cerebro que nos permite recordar hechos del pasado, pero también podríamos decir que es un constituyente imprescindible de nuestra propia identidad.
¿De qué modo se podría comprender nuestro presente sin tener en cuenta nuestro pasado?
Si padeciéramos de un ataque de amnesia, ¿estaríamos en posibilidad de explicarnos quiénes somos? ¿Es posible escindir lo que fuimos de lo que hoy somos,? Y mirando hacia adelante, ¿es factible proyectarnos en el futuro sin considerar nuestro pasado?
Si lográsemos registrar la totalidad de nuestros recuerdos nos sorprendería su número, se pondría en evidencia lo limitada que es nuestra memoria. Somos incapaces de recordar demasiado, es más, diría que hasta aquellos que tienen una memoria privilegiada sólo recuerdan una ínfima parte de sus vivencias. ¿Es que hay una selección inconsciente de aquello que recordamos? ¿Existe un filtro para nuestros recuerdos? ¿Pasamos nuestros recuerdos por un cedazo de granulometría muy fina?
Es probable que tendamos a rememorar nostálgicamente sólo aquello que representa un pasado agradable, en mayor medida, y de manera escueta aquello que nos muestra como seres con aspectos cuestionables. Nos hace sentir bien reconocernos en actos que según los valores adquiridos son aprobados, en promesas que hemos hecho y hemos realizado, todo lo que hace que merezcamos nuestro propio respeto y el de los demás. Ese filtro tiene un rol positivo ya que de otro modo viviríamos en una eterna recriminación respecto de nuestros errores o de nuestras promesas incumplidas, quedaríamos sumidos en un eterno mascullar, en la culpa, sin posibilidad de resolver y asimilar esos actos pasados y de pensar en nuestro futuro a partir de nuestro presente.
Pero no sería saludable borrar todo lo que nos resulta negativo pues ello significaría no responsabilizarnos de nuestros actos, no podríamos restaurar esas heridas, elaborar nuestro pasado, reconciliarnos con él y visualizar un horizonte al cual dirigirnos.
Con ese “olvido” parcial, y considerando a nuestros recuerdos como una representación de lo realmente vivido y a nuestro pasado como una construcción, ¿podríamos lograr alguna felicidad?
¿Se puede construir un futuro sin memoria responsable? Como ejemplo, ¿es posible como sociedad, no tener una memoria responsable respecto de los crímenes cometidos durante la dictadura? Sólo se restañan esas heridas con memoria y justicia. Y así es factible pararse en el hoy mirando hacia el mañana, pensando un mañana.
Volviendo a un plano individual, nuestro presente nos resulta comprensible cuando miramos nuestro pasado, cuando con o sin cernidor nos ponemos en contacto con nuestros recuerdos y esa comprensión es imprescindible para poder proyectarnos hacia el futuro, para pensar en aquello que consideramos que debemos y queremos construir. Tratamos de ver éste, nuestro presente, como el punto de partida de nuestro futuro, y lo pensamos desde nuestros valores y las motivaciones referidos a ese futuro.
Son las tres dimensiones de nuestra temporalidad, pasado, presente y futuro que están presentes en nuestra identidad. Y teniendo en cuenta “la fragilidad de nuestra memoria”, ¿cómo podemos hablar de una identidad que se fundamenta en ella y que se completa a lo largo del tiempo? Si bien ése que recordamos que fuimos sea una representación de lo que realmente fuimos, hay cuestiones que nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida, que permanecen, que subyacen, que tienen que ver con nuestros valores y también con aquello que prometimos, que nos prometimos y con lo que nos comprometimos. Estos últimos tres aspectos, traídos al presente por nuestra memoria, son elementos que conforman y ocupan un lugar preponderante en la memoria y de allí, en la esencia, en la identidad del sujeto, importantes partes constitutivas de la base de una identidad en continua construcción.
¿De qué modo se podría comprender nuestro presente sin tener en cuenta nuestro pasado?
Si padeciéramos de un ataque de amnesia, ¿estaríamos en posibilidad de explicarnos quiénes somos? ¿Es posible escindir lo que fuimos de lo que hoy somos,? Y mirando hacia adelante, ¿es factible proyectarnos en el futuro sin considerar nuestro pasado?
Si lográsemos registrar la totalidad de nuestros recuerdos nos sorprendería su número, se pondría en evidencia lo limitada que es nuestra memoria. Somos incapaces de recordar demasiado, es más, diría que hasta aquellos que tienen una memoria privilegiada sólo recuerdan una ínfima parte de sus vivencias. ¿Es que hay una selección inconsciente de aquello que recordamos? ¿Existe un filtro para nuestros recuerdos? ¿Pasamos nuestros recuerdos por un cedazo de granulometría muy fina?
Es probable que tendamos a rememorar nostálgicamente sólo aquello que representa un pasado agradable, en mayor medida, y de manera escueta aquello que nos muestra como seres con aspectos cuestionables. Nos hace sentir bien reconocernos en actos que según los valores adquiridos son aprobados, en promesas que hemos hecho y hemos realizado, todo lo que hace que merezcamos nuestro propio respeto y el de los demás. Ese filtro tiene un rol positivo ya que de otro modo viviríamos en una eterna recriminación respecto de nuestros errores o de nuestras promesas incumplidas, quedaríamos sumidos en un eterno mascullar, en la culpa, sin posibilidad de resolver y asimilar esos actos pasados y de pensar en nuestro futuro a partir de nuestro presente.
Pero no sería saludable borrar todo lo que nos resulta negativo pues ello significaría no responsabilizarnos de nuestros actos, no podríamos restaurar esas heridas, elaborar nuestro pasado, reconciliarnos con él y visualizar un horizonte al cual dirigirnos.
Con ese “olvido” parcial, y considerando a nuestros recuerdos como una representación de lo realmente vivido y a nuestro pasado como una construcción, ¿podríamos lograr alguna felicidad?
¿Se puede construir un futuro sin memoria responsable? Como ejemplo, ¿es posible como sociedad, no tener una memoria responsable respecto de los crímenes cometidos durante la dictadura? Sólo se restañan esas heridas con memoria y justicia. Y así es factible pararse en el hoy mirando hacia el mañana, pensando un mañana.
Volviendo a un plano individual, nuestro presente nos resulta comprensible cuando miramos nuestro pasado, cuando con o sin cernidor nos ponemos en contacto con nuestros recuerdos y esa comprensión es imprescindible para poder proyectarnos hacia el futuro, para pensar en aquello que consideramos que debemos y queremos construir. Tratamos de ver éste, nuestro presente, como el punto de partida de nuestro futuro, y lo pensamos desde nuestros valores y las motivaciones referidos a ese futuro.
Son las tres dimensiones de nuestra temporalidad, pasado, presente y futuro que están presentes en nuestra identidad. Y teniendo en cuenta “la fragilidad de nuestra memoria”, ¿cómo podemos hablar de una identidad que se fundamenta en ella y que se completa a lo largo del tiempo? Si bien ése que recordamos que fuimos sea una representación de lo que realmente fuimos, hay cuestiones que nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida, que permanecen, que subyacen, que tienen que ver con nuestros valores y también con aquello que prometimos, que nos prometimos y con lo que nos comprometimos. Estos últimos tres aspectos, traídos al presente por nuestra memoria, son elementos que conforman y ocupan un lugar preponderante en la memoria y de allí, en la esencia, en la identidad del sujeto, importantes partes constitutivas de la base de una identidad en continua construcción.
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