Se desgarró la carne, el alma,
para un nuevo sol,
un sol con distintos matices
que los que ya conocía.
Y el mundo, la vida,
tomó otra dimensión,
otro sentido,
el más conmovedor,
invasivo y tibio.
Todo cambió,
la flor, la ventana,
la mirada me mostró
el regocijo de no ser nunca,
nunca más la misma.
No puedo más que agradecer.
A mis hijos.
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